Podemos Vivir Sin Amar a Jesús
¿Podemos Vivir Sin Amar a Jesús? Esta es una pregunta que muchos cristianos se hacen, pero que pocos se atreven a responder con sinceridad. ¿Qué significa amar a Jesús? ¿Cómo se manifiesta ese amor en nuestra vida diaria? ¿Qué consecuencias tiene no amarle como él merece?
En el evangelio de Juan, capítulo 21, versículo 15, leemos que Jesús le hizo tres veces la misma pregunta a Pedro: «¿Me amas?». Pedro le respondió cada vez que sí, pero se entristeció porque Jesús insistía tanto. Tal vez Pedro recordaba que había negado a Jesús tres veces antes de su crucifixión, y se sentía avergonzado. Tal vez Pedro se daba cuenta de que su amor por Jesús no era tan fuerte como él pensaba, y se sentía inseguro. Tal vez Pedro se preguntaba si Jesús le amaba a él, y se sentía angustiado.
Jesús no le hizo esa pregunta a Pedro para humillarlo o para dudar de él, sino para restaurarlo y para confirmarlo. Jesús sabía que Pedro le amaba, pero también sabía que Pedro necesitaba expresar ese amor con hechos, no solo con palabras. Por eso, cada vez que Pedro le decía que le amaba, Jesús le encargaba una misión: «Apacienta mis corderos», «Pastorea mis ovejas», «Apacienta mis ovejas». Jesús le estaba diciendo a Pedro que la mejor forma de demostrarle su amor era cuidando de su pueblo, de su iglesia, de sus discípulos.
Nosotros también podemos aplicar esta enseñanza a nuestra vida. No basta con decir que amamos a Jesús, tenemos que mostrarlo con nuestra obediencia, con nuestro servicio, con nuestro testimonio. No podemos vivir sin amar a Jesús, porque él es el centro de nuestra fe, el motivo de nuestra esperanza, la fuente de nuestra alegría. Sin él no tenemos nada, con él lo tenemos todo.
No dejemos que el amor por otras cosas nos quite el amor por Jesús. No dejemos que la rutina religiosa nos haga olvidar el primer amor. No dejemos que la tibieza espiritual nos aleje de su presencia. Recordemos lo que él hizo por nosotros en la cruz, lo que él hace por nosotros cada día, lo que él hará por nosotros cuando vuelva. Y respondamos a su pregunta con un sí sincero y comprometido: «Sí, Señor, tú sabes que te amo».
Tampoco es suficiente mantener una ortodoxia doctrinal, defendiendo nuestras creencias cuando otros las atacan o las desprecian, para probar que amamos a Cristo. La iglesia de Éfeso tenía muchas virtudes y obras, pero cuando el Señor la examinó detenidamente, descubrió con tristeza que había abandonado su primer amor (Apocalipsis 2:2-4). En la iglesia de Laodicea había creyentes que no eran ni fríos ni calientes, sino tibios. Al final nos damos cuenta de que Cristo «está a la puerta y llama». Habían excluido a Jesús de su adoración (Apocalipsis 3:20).
Si hoy nos enfrentáramos a la pregunta de si amamos a Jesús o no, ¿qué responderíamos? Pedro tuvo que responderla tres veces, y cada vez se entristecía más. Jesús sabe que nosotros, al igual que Pedro, amamos otras cosas; es decir, a «estos», y estos compiten por nuestro amor a él.